Bajo el umbral de un arpa
El que ha amado cometiendo errores, no siempre tiene la
fortuna de llegar a la consciencia a tiempo. Y aunque uno intuye el error, no
siempre obedece. Y acaba cometiéndolo. Aun así, si el sentimiento es sincero,
merecería el perdón. Sin embargo, no siempre se es afortunado, pues a veces el
ser amado no es compasivo. Se endurece, se amarga, se lamenta y vive en la
desdicha porque quiere. Prefiere la desdicha a perdonar. Comprender. Avanzar. Sería
afortunado el que se diera cuenta de que en la obra de la vida, tras cometer
errores, hay quien rectifica y merece otra oportunidad. Sin embargo, hay quien
gusta de sentenciar; así no sacrifica. Qué lástima. Qué lástima que no se de
cuenta de que existen más puertas. Retomar el camino hacia el amor. Y si eso no
sucede será porque uno de los dos ya no escucha el arpa que les unía. Ya no
quedan notas en el acuerdo porque éste se ha roto desde el corazón. Y aquel de
los dos que vive esperando el perdón del otro, sufre en un bucle de
expectativas atrapado por el tiempo. Al soltar la cuerda de un amor necrótico,
amanece un nuevo día que parece vacío. Silencioso. Desaparece el susurro de la
culpa porque ya no tiene sentido vivir bajo ese yugo. Lo que uno debe saber es
que el otro le amaba, pero no escuchó el sonido del arpa que les unía. Esas
notas se perdieron en el infinito entre ambos mundos porque no hubo ni perdón
ni compasión. Uno no perdonaba, el otro se aferraba. Que queda por hacer, sino
soltar.